16.1.11

Puerto Príncipe, ciudad sin plazas

Hay espacios que definen, que configuran una realidad. En el caso de Puerto Príncipe creo que, desde hace un año, son las plazas y los parques, o más bien su ausencia, lo que nos permite hacernos idea de la magnitud del naufragio. No sólo el de este último año, el que se viene configurando desde hace muchos años. Y no es que esos espacios públicos hayan dejado de existir, es que se han transformado.
Antes del terremoto de hace un año las plazas y parques no eran muchos, pero los había. No sólo en el centro de la capital haitiana, en los alrededores del Campo de Marte, del Palacio Nacional, y plazas aledañas. Los espacios públicos abiertos se dispersaban por distintas zonas de Puerto Príncipe. Hoy son lugares abarrotados de gente, donde no queda ni un centímetro cuadrado libre. Gente que llegó de manera provisional, buscando, tras el terremoto, un refugio. Hoy ya están ahí para quedarse.
Curiosamente el refugio que buscaban no era el de un techo, todo lo contrario; lo que aquel movimiento telúrico desató fue el pavor por tener encima de la cabeza algo distinto al cielo. Pero el sol justiciero del Caribe, primero, y las lluvias inclementes después, llevaron a aquellos miles de improvisados “okupas” de los espacios públicos a cubrirse con lonas o con plásticos.
Aunque pueda parecer increíble, esas plazas y parques se han ido convirtiendo en nuevos barrios, barrios con viviendas de plástico y madera, pero barrios al fin de cuentas, con auténticos dédalos de calles y callejones y pasadizos, a veces laberínticos, en los que uno se adentra con pudor, cuando el pudor es algo que tiene que ver con los prejuicios o las conveniencias sociales que uno trae de fuera. Uno siente pudor por ver a una mujer con los pechos al aire y para esa mujer no significa nada. Y uno fotografía sin sentir pudor el rostro de otra mujer y eso sí les resulta ofensivo.

Centenares de miles de haitianos son los pobladores de esos nuevos barrios, de esos campamentos que se han convertido en su espacio vital. Tienen que bañarse en la vía pública. Las necesidades fisiológicas se realizan en letrinas prefabricadas que infectan, con su olor, toda la zona. Obtienen el agua en aljibes de lona instalados por alguna ONG o en los camiones cisternas que llegan de vez en cuando. Los desperdicios se acumulan en las esquinas hasta que se les prende fuego, atufando el aire con la acre pestilencia de la basura quemada. Y aún así, hay quienes aseguran que no quieren moverse, que no desean volver a donde vivían antes, al fondo de los barrancos, a los restos de sus casas destruidas, a una miseria aún mayor.
La fisonomía de Puerto Príncipe ha cambiado y es imposible saber por cuanto tiempo. Lo que no ha cambiado y resulta difícil creer que cambiará alguna vez es la indescriptible miseria de la población haitiana. Especialmente ahora, en Puerto Príncipe. Ya ni siquiera les quedan plazas o parques en los que refugiarse en la próxima catástrofe.

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